No tengo grandes rituales. Solo necesito silencio, café y madrugada.
He ido sacando tiempo de donde he podido, intentando robarle las menos horas posibles a mi familia.
No siempre lo he conseguido, pero he aprendido que cuando algo te apasiona de verdad, encuentras el modo.
Y si para escribir tengo que dormir 4 horas al día, no me importa.
Tengo dos niños pequeños, de dos años y medio y siete meses, así que el tiempo que puedo dedicar a escribir es… limitado, por decirlo suave.
Por eso, durante el tiempo que estuve en desempleo, decidí hacer algo que quizá suene un poco loco: ponerme el despertador a las cuatro de la mañana.
Sí, las cuatro.
Lo primero que hacía era bajar al perro, respirar el aire frío y silencioso de la calle, y después volver a casa para prepararme un café. Al subir, le cambiaba el agua y le echaba un poco de comida a él y al gato, que me seguían por la casa hasta que me sentaba. Entonces se acomodaban a mi lado, como si también supieran que ese era nuestro rato de calma antes de que el día despertara.
Y yo aprovechaba ese silencio para hacer lo que más me gusta: escribir.
A veces no duraba mucho.
Más de una madrugada, justo cuando estaba encontrando el ritmo, alguno de los peques se despertaba y mi momento de paz se evaporaba.
Pero bueno… es lo que me ha tocado.
Ahora llevo ya varios meses trabajando en una fábrica, y entre el trabajo y los niños, escribir se ha vuelto casi imposible.
Pero no pienso rendirme.
Seguiré esforzándome
Seguiré buscando momentos, robándole minutos al cansancio, sacrificando sueño si hace falta, porque escribir es lo que me da sentido.
No sueño con vender millones de libros ni con hacerme rico.
Solo quiero poder vivir de esto, dedicarme por completo a lo que amo.
Con eso me basta.
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